Olvido es una
palabra infinita. Ahí se acumula todo lo que no recuerdo. Antiguos y lejanos compañeros
de colegio. Aquello que estudié para aprobar exámenes. Noches de regreso a
casa. La voz de mi abuela. Algunos miedos. Canciones de cuna.
Olvido es una
palabra complicada. Cuando se posa en mis manos la trato con cautela. No quiero
que estalle con lo que guarda dentro. La miro de reojo. Se me insinúa. De vez
en cuando deja que algo se escape y entonces no puedo evitar sonreírme. Lo
muestra a mi memoria y al instante, como un mago, lo vuelve a desaparecer para
siempre.
Olvido es una
palabra totalitaria. Si se va empiezan a surgir las cosas. Salen de su
madriguera. Y cuando llega quiere ser la protagonista, no deja que nada se
muestre, lo ocupa todo: ya no hay otra cosa. Por eso también es un poco
egoísta.
Olvido es una
palabra caprichosa. Le gusta adueñarse de lo que comí ayer y deja libre tus
agravios. Almacena voluntades. Se burla de mí. Se hace de rogar. Me secuestra
las citas liberándolas un segundo antes y me hace acudir corriendo. Me lleva a
su antojo.
Olvido es una
palabra imprevisible, por mucho que sepa que finalmente algún día, cuando ya
nadie se acuerde de mí, caeré por entero dentro de ella.