Cuando era un niño me sentaba
a observar cómo los charcos de agua se evaporaban. Cómo la manecilla gorda del
reloj avanzaba. Cómo se trasladaba la sombra del sol por el suelo. Cómo las
estrellas iban surgiendo en el cielo conforme anochecía. Al tiempo, me distraía.
Pensaba en otra cosa, me iba, regresaba al rato, y entonces sí que aquello
cambiaba.
Llegué a pensar que todo
sucedía justo en el instante en que no miraba; y cuanto más detenidamente
vigilaba, sin apenas parpadear, más comprobaba que aquello parecía estático, inmutable.
Miro mi cara en el espejo y
hay algunas canas que ayer no estaban. Los párpados se me han caído un poco y
algunas manchas han aparecido. Es verdad que es muy tenue, pero sé que la próxima
vez que me asome al espejo todo habrá cambiado de nuevo.