viernes, 29 de marzo de 2013

LA LEVANTÁ


Conocerse la madrugada de la Semana de Pasión debe marcar. En la puerta de la Catedral con el aire saturado de incienso. Cuando las últimas procesiones del Jueves inician su vuelta al templo y se preparan las primeras del Viernes Madrugada. Cómo disfruto acordándome. Un segundo antes o después y ya no nos habríamos conocido. No sé si nos hubiésemos encontrado en otra ocasión. Uno de Jerez, otra de Madrid. Bastante improbable. Pero ocurrió.

 

Me gustó tu naturalidad. La soltura, la ingenuidad y el desparpajo. Bajamos la cuesta y empezamos a caminar. Había mucha gente. Tomamos un atajo. Cruzamos la plaza. Doblamos la esquina. Pasamos por debajo de mi casa y te enseñé mi balcón. Quién iba a decirte que algún día tus hijos dormirían allí. Encontramos una recogía y fuimos en su busca. En una calle estrecha adelantamos al cortejo. Nos acomodamos en un recoveco y el paso de  Palio se detuvo justo en nuestras narices. Por los respiraderos se intuían las caras. En unos segundos el capataz volvió a golpear con fuerza el llamador ¡Al cielo con Ella… !

 

Me encantaba verte observar todo aquello. Tu rostro silencioso. El último golpe fue el más recio ¡A esta es! y el paso se elevó enérgico, casi con violencia, cayendo luego de golpe sobre los hombros. Los pies se arrancaron a caminar, un leve ruido de pasos arrastrándose acompasadamente. Y vi tus ojos brillando. Dos lágrimas.

 

¿Por qué has llorado? Sí, yo te he visto. Solo me he emocionado un poco, me dijiste. Es que no he podido evitarlo, proseguías. El suspiro hondo de los costaleros, ese corto lamento, exhalando, al precipitarse tanto peso encima, te excusabas. Y tan cerca. No he podido evitarlo, repetiste. Sonreías entonces. Se llama quejío.

 

Regresamos. Tú y yo.

 

Desenredo la madeja. Tiro del hilo. Y acabo siempre aquí. Como el grano de arena de la perla. Como la confidencia del acusado. Como el secreto de la receta. Como el ingenio y la destreza del luthier. Como el corazón de las cosas. Y aun late. Hace más de veinte años.

 

miércoles, 13 de marzo de 2013

JAPI BERDEI TU YU



Tengo la sensación de que acabo de tomarme la última de las uvas de fin de año y me sorprendo enfilando ya Marzo. La semanas pasan de vértigo: empiezo los lunes con ganas y haciendo el propósito de llevar a cabo muchas cosas, y cuando vuelvo a pensar otra vez, me doy cuenta de que estamos a jueves, que he hecho muy poco o casi nada de lo que me propuse, que al día siguiente ya es viernes, y que el fin de semana prácticamente ha llegado. A la velocidad que pasa el fin de semana lo dejamos para otro momento, pues es un misterio que desafía esa teoría que dice que la velocidad máxima es la de la luz.

 

Tengo la sensación de que en vez de vivir la vida, es la vida la que me vive a mí. De que estoy en la pendiente más inclinada de una montaña rusa. De que paso volando por muchas cosas en las que me gustaría detenerme más. Pero a veces reconozco que me gusta ir así, pues esto me sucede porque quiero hacer más de lo que cabe en un día, en un mes, en un año (de que tengo muchas ganas de vivir)... y por mucho que planifiques y gestiones, los días son de 24 horas. Además, para empeorarlo aún más, dormir me encanta, tengo esa predilección por lo horizontal, esa vocación de muerto que me hace dar una cabezadita en cualquier esquina.

 

Tengo la sensación de que esto no es que ya se acabe o esté tocando a su fin, pero que mirando en un sentido y en otro me encuentro, al menos eso espero, más o menos en la mitad. Y que encima conforme avanzamos, se acelera cada vez más, de forma que acabaré al final de mis días saliendo despedido hacia no sé qué cielo o infierno (lo último aquello que merezco y lo primero aquello que deseo). Pero no siempre ha sido de esta manera. Cuando era joven, el tiempo sí que se podía medir con calendarios. Sí que podías percibir su duración e ir encajando hitos. Ahora no hay más remedio que seleccionar.

 

 


 

 

Con dieciocho recién cumplidos parece que queda mucho por delante. Pero es una falacia. Antes de lo que crees estarás recordando la vez en que nos reunimos todos en tu casa para celebrarlo. Antes de lo que crees. Te lo aseguro.

 

Tu madre decía el otro día que de los dieciocho a los treinta es la mejor época de la vida. No estoy del todo de acuerdo, pero hay que reconocer que tiene un encanto difícilmente igualable:

 

a)     Ya eres mayor de edad, por lo que legalmente puedes hacer lo que te dé la gana. Aunque luego te darás cuenta que conforme cumples años, puedes hacer menos cosas, tienes menos margen de maniobra; pero ahora te parece que gozas de bastante libertad.

 

b)     En esta etapa diseñas tu vida. Lo que decidas marcará el resto de tu existencia: estudios, novio, trabajo, hipoteca... Ya sea a través del éxito o del fracaso en cualquiera de ellas. Y es realmente estimulante darse cuenta del camino que tú misma te vas marcando.

 

c)      Responsabilidad: CERO. Podrás replicarme diciendo que cómo que no tienes responsabilidades, si tienes que acabar unos estudios, que labrarte un futuro, pero al final lo peor que te puede pasar es eso: que suspendas algún examen. Evidentemente los comportamientos no adecuados se pagan, a corto, a medio o a largo plazo, pero cuando hablo de responsabilidad me estoy refiriendo a que dependa de ti una familia. A que un error en tu trabajo pueda hacer perder mucho dinero o incluso una vida a alguien; o que pierdas el trabajo, tal como está el panorama hoy en día. Y además, lo más probable es que cuando ejerzas esta responsabilidad tus papás ya no se encuentren en condiciones para hacer de red salvavidas.

 

d)     Dinero: Ahora te parece que como no ganas dinero por ti misma, esta parte no es tan agradable, pero te digo que por ejemplo yo, que ahora gano mi propio dinero, dispongo de prácticamente el mismo dinero para mí que cuando tenía que mendigarle a mi padre algo para mis gastos.

 

Podría seguir, pero dejemos estas cuatro notas para hacerte ver lo bueno que tiene esta parte de la juventud que empiezas. Las resumiría diciendo que puedes hacer muchas locuras, que estás en el tiempo de hacerlas (si no las haces ahora, ¿cuándo?) y que salvo exageradas excepciones tienen una nula o escasa consecuencia.

 

Aun así ya dije que no estaba del todo de acuerdo con la afirmación de tu madre, y es que, por lo menos para mí, reconozco que es una etapa hermosa el ir haciendo el boceto de tu vida, pero no lo es menos el desarrollar ese proyecto. El llevarlo a cabo, a la práctica, el definirlo, el “tocarlo“. Yo me encuentro ahora en esa etapa y es igual de gratificante.

 

De todas formas hay muchas opiniones. Mi madre, por ejemplo, decía siempre que su mejor época fue cuando sus hijos eran pequeños, el vernos crecer, criarnos y disfrutarnos...

 

Bueno, que no me enrollo más, que FELIZ CUMPLEAÑOS. Enhorabuena, ya puedes votar.

 

 
 


 

 

Todo esto es porque me pediste una entrada en el blog por tu mayoría de edad, que no fuese corta y que no tardase en escribirla mucho tiempo.

 

Aquí está. Perdona si está poco elaborada, pero con este tiempo que me das y la extensión que quieres, lo primero que se me ha venido a la mente este fin de semana....

 

viernes, 1 de marzo de 2013

EL COPO BLANCO


La otra mañana, a la hora de salir de casa, nevaba menos que el día anterior, pero los niños se han entusiasmado igual. Luego, camino del trabajo los copos se han hecho más grandes. Se estrellaban contra el parabrisas y en apenas dos segundos quedaban licuados en una pléyade de diminutas gotitas. He bajado un poco la ventanilla en un semáforo para curiosear más de cerca y ha entrado de repente un copo que se ha alojado en el salpicadero, entre el botón para maniobrar el espejo retrovisor y el cuadro de mandos. Allí se ha ido derritiendo algo más lento que los otros. El termómetro marcaba tres grados. El tráfico era el de todos los días a pesar de la nieve. Y cuando he llegado a mi destino el copo ya no existía.