Conocerse la madrugada de la Semana de Pasión debe marcar. En la
puerta de la Catedral con el aire saturado de incienso. Cuando las últimas
procesiones del Jueves inician su vuelta al templo y se preparan las primeras
del Viernes Madrugada. Cómo disfruto acordándome. Un segundo antes o después y
ya no nos habríamos conocido. No sé si nos hubiésemos encontrado en otra ocasión.
Uno de Jerez, otra de Madrid. Bastante improbable. Pero ocurrió.
Me gustó tu naturalidad. La soltura, la ingenuidad y el
desparpajo. Bajamos la cuesta y empezamos a caminar. Había mucha gente. Tomamos
un atajo. Cruzamos la plaza. Doblamos la esquina. Pasamos por debajo de mi casa y te enseñé mi
balcón. Quién iba a decirte que algún día tus hijos dormirían allí. Encontramos
una recogía y fuimos en su busca. En
una calle estrecha adelantamos al cortejo. Nos acomodamos en un recoveco y el
paso de Palio se detuvo justo en nuestras narices. Por los respiraderos se
intuían las caras. En unos segundos el capataz volvió a golpear con fuerza el llamador ¡Al
cielo con Ella… !
Me encantaba verte observar todo aquello. Tu rostro silencioso.
El último golpe fue el más recio ¡A esta es! y el paso se elevó enérgico, casi
con violencia, cayendo luego de golpe sobre los hombros. Los pies se arrancaron
a caminar, un leve ruido de pasos arrastrándose acompasadamente. Y vi tus ojos
brillando. Dos lágrimas.
¿Por qué has llorado? Sí, yo te he visto. Solo me he emocionado
un poco, me dijiste. Es que no he podido evitarlo, proseguías. El suspiro hondo
de los costaleros, ese corto lamento, exhalando, al precipitarse tanto peso encima, te
excusabas. Y tan cerca. No he podido evitarlo, repetiste. Sonreías entonces. Se
llama quejío.
Regresamos. Tú y yo.
Desenredo la madeja. Tiro del hilo. Y acabo siempre aquí. Como el
grano de arena de la perla. Como la confidencia del acusado. Como el secreto de
la receta. Como el ingenio y la destreza del luthier. Como el corazón de las
cosas. Y aun late. Hace más de veinte años.
Tengo la sensación de que
acabo de tomarme la última de las uvas de fin de año y me sorprendo enfilando
ya Marzo. La semanas pasan de vértigo: empiezo los lunes con ganas y haciendo
el propósito de llevar a cabo muchas cosas, y cuando vuelvo a pensar otra vez,
me doy cuenta de que estamos a jueves, que he hecho muy poco o casi nada de lo
que me propuse, que al día siguiente ya es viernes, y que el fin de semana
prácticamente ha llegado. A la velocidad que pasa el fin de semana lo dejamos
para otro momento, pues es un misterio que desafía esa teoría que dice que la
velocidad máxima es la de la luz.
Tengo la sensación de que en
vez de vivir la vida, es la vida la que me vive a mí. De que estoy en la
pendiente más inclinada de una montaña rusa. De que paso volando por muchas
cosas en las que me gustaría detenerme más. Pero a veces reconozco que me gusta
ir así, pues esto me sucede porque quiero hacer más de lo que cabe en un día,
en un mes, en un año (de que tengo muchas ganas de vivir)... y por mucho que planifiques
y gestiones, los días son de 24 horas. Además, para empeorarlo aún más, dormir
me encanta, tengo esa predilección por lo horizontal, esa vocación de muerto
que me hace dar una cabezadita en cualquier esquina.
Tengo la sensación de que
esto no es que ya se acabe o esté tocando a su fin, pero que mirando en un
sentido y en otro me encuentro, al menos eso espero, más o menos en la mitad. Y
que encima conforme avanzamos, se acelera cada vez más, de forma que acabaré al
final de mis días saliendo despedido hacia no sé qué cielo o infierno (lo
último aquello que merezco y lo primero aquello que deseo). Pero no siempre ha
sido de esta manera. Cuando era joven, el tiempo sí que se podía medir con
calendarios. Sí que podías percibir su duración e ir encajando hitos. Ahora no
hay más remedio que seleccionar.
Con dieciocho recién
cumplidos parece que queda mucho por delante. Pero es una falacia. Antes de lo
que crees estarás recordando la vez en que nos reunimos todos en tu casa para
celebrarlo. Antes de lo que crees. Te lo aseguro.
Tu madre decía el otro día
que de los dieciocho a los treinta es la mejor época de la vida. No estoy del
todo de acuerdo, pero hay que reconocer que tiene un encanto difícilmente
igualable:
a)Ya eres mayor de
edad, por lo que legalmente puedes hacer lo que te dé la gana. Aunque luego te
darás cuenta que conforme cumples años, puedes hacer menos cosas, tienes menos
margen de maniobra; pero ahora te parece que gozas de bastante libertad.
b)En esta etapa
diseñas tu vida. Lo que decidas marcará el resto de tu existencia: estudios,
novio, trabajo, hipoteca... Ya sea a través del éxito o del fracaso en
cualquiera de ellas. Y es realmente estimulante darse cuenta del camino que tú
misma te vas marcando.
c)Responsabilidad:
CERO. Podrás replicarme diciendo que cómo que no tienes responsabilidades, si
tienes que acabar unos estudios, que labrarte un futuro, pero al final lo peor
que te puede pasar es eso: que suspendas algún examen. Evidentemente los
comportamientos no adecuados se pagan, a corto, a medio o a largo plazo, pero
cuando hablo de responsabilidad me estoy refiriendo a que dependa de ti una
familia. A que un error en tu trabajo pueda hacer perder mucho dinero o incluso
una vida a alguien; o que pierdas el trabajo, tal como está el panorama hoy en
día. Y además, lo más probable es que cuando ejerzas esta responsabilidad tus
papás ya no se encuentren en condiciones para hacer de red salvavidas.
d)Dinero: Ahora te
parece que como no ganas dinero por ti misma, esta parte no es tan agradable,
pero te digo que por ejemplo yo, que ahora gano mi propio dinero, dispongo de
prácticamente el mismo dinero para mí que cuando tenía que mendigarle a mi
padre algo para mis gastos.
Podría seguir, pero dejemos
estas cuatro notas para hacerte ver lo bueno que tiene esta parte de la
juventud que empiezas. Las resumiría diciendo que puedes hacer muchas locuras,
que estás en el tiempo de hacerlas (si no las haces ahora, ¿cuándo?) y que
salvo exageradas excepciones tienen una nula o escasa consecuencia.
Aun así ya dije que no estaba
del todo de acuerdo con la afirmación de tu madre, y es que, por lo menos para
mí, reconozco que es una etapa hermosa el ir haciendo el boceto de tu vida,
pero no lo es menos el desarrollar ese proyecto. El llevarlo a cabo, a la práctica,
el definirlo, el “tocarlo“. Yo me encuentro ahora en esa etapa y es igual de
gratificante.
De todas formas hay muchas
opiniones. Mi madre, por ejemplo, decía siempre que su mejor época fue cuando
sus hijos eran pequeños, el vernos crecer, criarnos y disfrutarnos...
Bueno, que no me enrollo más,
que FELIZ CUMPLEAÑOS. Enhorabuena, ya puedes votar.
Todo esto es porque me
pediste una entrada en el blog por tu mayoría de edad, que no fuese corta y que
no tardase en escribirla mucho tiempo.
Aquí está. Perdona si está
poco elaborada, pero con este tiempo que me das y la extensión que quieres, lo
primero que se me ha venido a la mente este fin de semana....
La
otra mañana, a la hora de salir de casa, nevaba menos que el día anterior, pero
los niños se han entusiasmado igual. Luego, camino del trabajo los copos se han
hecho más grandes. Se estrellaban contra el parabrisas y en apenas dos segundos
quedaban licuados en una pléyade de diminutas gotitas. He bajado un poco la
ventanilla en un semáforo para curiosear más de cerca y ha entrado de repente
un copo que se ha alojado en el salpicadero, entre el botón para maniobrar el
espejo retrovisor y el cuadro de mandos. Allí se ha ido derritiendo algo más lento
que los otros. El termómetro marcaba tres grados. El tráfico era el de todos
los días a pesar de la nieve. Y cuando he llegado a mi destino el copo ya no
existía.