jueves, 10 de enero de 2013

A GASPAR, MELCHOR Y BALTASAR

 
 
 


 
Hace casi una semana que os marchasteis, queridos Reyes, y es muy probable que estos sean los últimos que tienen magia para mi hijo mayor. Con ocho años se tienen ya muchos presagios. No encajan algunas cosas y se presienten otras. Así que no sé si es esta la última vez que os veo partir. Por lo menos desde sus ojos (aun me queda otra pequeña de cuatro años).

Sin embargo, hay ocasiones en todo este maravilloso juego en que los engañados somos por una única vez los progenitores. En ese caso los niños ya lo saben, pero no lo dicen. Puede que piensen que una vez descubiertos ya no recibirán nada. Puede que no quieran romper el encanto: bien vale otra mentira por no quitar la cara de ilusión que ponemos los padres en esa mañana. Una cara que no se compra en ninguna tienda. Y algunos como yo, porque hacernos mayores nunca nos ha gustado demasiado. Es lo que me pasó a mí, y esto ya lo saben hasta vuestros pajes desde hace tiempo.
 
Yo por si acaso no hago más que señalar a mis hijos esas huellas que tan torpemente vais dejando, pero aun así queridas majestades, sospecho que sus sospechas están fundadas. Y aunque este año incluso los camellos nos han tirado con su hocico los recipientes de agua por la mesa y os habéis comido las galletas y el chocolate de los platos, habrá que rendirse a la evidencia en algún momento. Aunque sea a costa de irse convirtiendo en adulto. Hay cosas que únicamente pasan una vez. Es imposible volver atrás. Presentarse como si no lo supiésemos. Hacerse de nuevas cuando estás instruido. 

Crecer, cumplir años, tiene estas cosas. Se desgastan las ilusiones. Se extravían inocencias. Se pierde espontaneidad. Se coleccionan ausencias. Se rellenan despedidas y cuestionarios caducos. Ya no nos dejamos la vida en casi nada. Si acaso depositamos la confianza en un Euromillón, o aun peor, en el Euribor. Y no pasa nada. Solo que pasáis los tres, con camellos y todo, de la más innegable realidad a la leyenda. O sea, no pasa nada. O sí, quizá mucho. Depende desde dónde lo miremos.
 
Es cierto que nunca me gustó hacerme mayor y hay solo una noche al año, esa que va del cinco al seis de enero, en la que regreso al pasado. Fue el último regalo que os pedí hace mucho tiempo, antes de perderos, y todavía os acordáis. Y eso prueba, a pesar de todo, vuestra existencia. 

Bueno, nada más, que tengáis un buen viaje de vuelta. Ya veremos el año próximo, aunque sabréis queridos Reyes que, de una manera u otra, al final siempre os he tenido muy cerca.