sábado, 19 de octubre de 2013

LA VIDA, AL FIN Y AL CABO



Al fin y al cabo, todos nos formamos en el interior de otro ser humano.

 

Al fin y al cabo, todos hemos sido niños.

 

Al fin y al cabo, fuimos totalmente dependientes de alguien que nos sacó adelante.

 

Al fin y al cabo, todos crecimos y dejamos miles de cosas pendientes de hacer.

 

Al fin y al cabo, ninguno resistimos más de dos días sin beber, o cinco sin comer.

 

Al fin y al cabo, cada cierto tiempo, expulsamos ese alimento.

 

Al fin y al cabo, necesitamos dormir, descansar, con cierta regularidad.

 

Al fin y al cabo, alguna vez, nuestro corazón se acelera involuntariamente.

 

Al fin y al cabo, quizá cuando menos lo esperábamos, siempre recibimos un regalo envenenado, y reconocemos que existimos.

 

Al fin y al cabo, el tiempo pasa, va pasando, y si no pasa, es peor.

 

Al fin y al cabo, nos tumbamos un día, y ya no nos volvemos a levantar,
porque al fin y al cabo, todos, tarde o temprano, queramos o no, dejamos de vivir.

 
 

martes, 10 de septiembre de 2013

AMO DE CASA


Llevo toda la mañana solo. La casa, a esta hora y sin nadie, parece otra.

 

He guardado los libros que quedaban por ubicar. Por fin he ordenado mi mesita de noche. Parece otra.  Sí. También parece otra.

 

El lavavajillas está a rebosar. Me gusta apilar lo máximo posible los cubiertos en su interior. No queda espacio ni para una cucharilla más. Meto una pastilla. A funcionar.

 

Luego tiendo la lavadora que dejaste puesta. Saco toda la ropa primero y luego la voy colocando según un extraño ritual que voy improvisando.

 

Las camas están medio hechas, pero no me esmero demasiado en adecuarlas. Las dejo medio presentables. Ya está.

 

Paso el aspirador.

 

Le he perdido el miedo a la plancha. Por fin. Años después. Pero da calor.

 

No sé que preparar. Algo fresquito. Saco tomates de la nevera, queda algo de pan duro. Aceite virgen extra, ajo, sal, huevos; dejo el salmorejo enfriándose.

 

Termino de recoger lo poco que queda. Estoy deseando sentarme.

 

Me llamas diciéndome que en quince minutos llegas.

 

Cuarenta y dos minutos después escucho el ascensor acudiendo.

 

Me atuso el pelo, ensayo sonrisa, y pongo mis pasiones treinta segundos a máxima potencia en el microondas.
 
 

miércoles, 24 de julio de 2013

BIOGRAFIA PROVISIONAL




A veces tengo la sensación de que todo es provisional.

Todo permanece suspendido en un antojadizo segundo.

En una efímera tarde de estío.

Nada existe.

Es doloroso ser nada.

Un vacilante calor perfumado.

 

 

 

A veces tengo la impresión de que me he equivocado.

En algún cruce abandoné mi historia,

y vivo la vida de otro.

No sé quién es, ni qué hace.

Pero soy yo,

un impostor.

 

 

 

A veces tengo los sueños de los perturbados.

Y como un maniático me miro al espejo,

a los ojos.

Al fondo de los ojos, por si estoy yo.

Y no hay nadie.

No le conozco.

 

 

 

A veces tengo los recuerdos de una existencia ajena.

Como una película o un libro que leo en el sofá.

Y resulta que soy yo

el protagonista.

Adivino mi historia entre sus páginas,

y lo que ocurre en el libro –en la película-, me ocurre a mi.

 

 

 

A veces tengo el extraviado instinto de los suicidas.

Creo que recuperaré mi vida al arrojarme

al vacío desde una cornisa.

Y me imagino el suelo acercándose vertiginoso y fulminante,

ya sin remedio,

y doy un paso atrás.

 

 

 

A veces me veo a mi mismo a la hora de la siesta,

en la más extraña de las sensaciones.

Aparece mi infancia y me miro desde ella:

me pregunto si alguna vez,

de niño,

creí convertirme en lo que ahora soy.

 

 

A veces me aparecen otros mundos posibles,

de otra vida lejana.

Se complica y compara con la mía,

y siempre sale perdiendo.

No se por qué me toca vivir la más ausente de todas,

la más desconocida.

 

 

A veces esta locura no me deja vivir.

 

 

jueves, 27 de junio de 2013

ATOCHA




Qué cambios de temperatura. Mi casa con el doble de ropa. La de verano que no acaba de abrirse. La de invierno que no acaba de guardarse. Prefiero el calor. Realmente prefiero la temperatura de entretiempo. Pero si hay que elegir, me quedo con el calor. Quizá es que tenga el cuerpo acostumbrado.

 

Las primeras veces que vine a Madrid era siempre invierno. Echaba de menos el calor. Era desconcertante salir a la calle. Estaba habituado a la falta de calefacción y a la poca variación de temperatura entre las casas y la calle. Aquí sin embargo, durante una época del año, en las casas hay veinticuatro grados y afuera llega a menos dos.

 

Un día vagando por Madrid no lo soporté más. Necesito un rincón de calor, le dije. Y me llevó a la Estación de Atocha. Fue estupendo. Descubrí un paraíso. Un verdadero oasis en medio del desierto de asfalto. No había andenes. Solo viajeros entre un jardín tropical. Palmeras habitando donde los trenes habían partido. Ranas husmeando la oculta senda de un ferrocarril. Tortugas sin prisa por pillar el último vagón. Un paseo de luz. Un regalo verde.

 

Ahora sigo echando de menos el calor en la temporada de invierno. Busco atajos. Me arrimo a cualquier residuo. Como ese diferencial de temperatura que tienen los cubiertos que saco del lavavajillas que acaba de terminar. La fiebre dulce de los folios recién salidos de la fotocopiadora. La respiración inconsciente y templada del portátil. O el tibio rastro de su piel que exploro bajo el edredón cuando se va.


 
 

viernes, 14 de junio de 2013

LOS CUATRO ELEMENTOS

 
 


 

Agua 

Había un riachuelo que bajada desde la cima. Luego un salto que lo convertía en cascada. Soñaba con ir río arriba para ver de dónde brotaba el agua. Imaginaba que salía por una especie de boca de cañón en una piedra. Que introducía mi mano dentro de la boca y que a medio brazo palpaba tres agujeros desde donde surgía el agua casi helada. Tenía que ir a buscar esa piedra. A veces preparaba alguna incursión, pero la lejanía y la dificultad de la escalada me hacían pensar que era mejor aguantar hasta que me hiciese mayor. De vuelta me sentaba en el mismo lugar que antes.

Solo algo más tarde, cuando supe que todo se termina, cambié de espera. En aquel mismo sitio aguardaba a que el agua dejase de correr. Pensaba que en algún momento debía de agotarse. No podía durar para siempre el sonido del chorro contra las piedras. No podía estar manando agua hasta el infinito. Así pasaba horas y horas, vigilando el instante en que acabase. A veces creía que tendría mala suerte y el riachuelo se secaría mientras yo no estaba. Quizá me cogiera en el colegio, durmiendo, en el trayecto. Pero no fue así. Yo estaba entonces muy seguro de que el infinito no existía, aunque allí estaba la corriente diciéndome con cada día que transcurría que me equivocaba.

 

 
Aire

El aire está hueco. O mejor dicho, es lo hueco. Cuando decimos que algo está hueco, en realidad lo que pasa es que está lleno de aire. Hacemos como si no existiese. Lo ignoramos. Había una ilustración en el libro de naturales de sexto con una balanza. El fiel se inclinaba hacia la pelota inflada. En el colegio aprendí cosas de estas. De qué elementos se compone el aire. El aparato respiratorio. El aparato circulatorio. Cómo es la respiración de la sangre. Mi profesor decía, la verdadera respiración se produce en las mitocondrias.

Cuando tenía tres o cuatro años me atraganté con un caramelo. Debe ser de los pocos recuerdos que guardo de aquella época. Se me obstruyo en la garganta y no podía respirar. Mi tío me agarró del cuello y me puso boca abajo. La cara se puso morada. Me faltaba el aire. Los segundos se hicieron horas y horas. Con un golpe el caramelo salió despedido. Había una puerta blanca y lloré mucho. Es demasiado imprescindible para ignorarlo.

 

 
Fuego

El fuego me hechiza. La chimenea de una casa es mi sitio favorito. Me asombra su poder destructor. Arrojas cualquier cosa y sucumbe. Se retuerce. Se incendia. Agoniza. Se desfigura. Desaparece. Muere. Es una boca que engulle o hiere o inhabilita. Y a veces, también crea. He pasado horas y horas asomado a esa ventana ardiendo, con la cara caliente y los ojos irritados. Me gusta observar como los troncos se resquebrajan con esa danza amarilla y naranja insinuándose. El crepitar de la madera quejándose, liberándose de su forma, renunciando. Es probable que sea infantil, pero no he podido evitar este sentimiento desde niño.

Una vez con ocho años hicieron una fogata en el patio del colegio. En la clase cada uno escribimos en un papel alguna petición o cuento. Era secreto. Luego, como en un ritual, bajamos para lanzarlo a las llamas uno a uno. Estábamos serios. Parecía algo fúnebre. La hoguera devoró todas las historias. No sé qué puse. No lo recuerdo. El fuego también lo quemó de mi memoria.
 

 

Tierra

En una excursión al Coto de Doñana pasamos por una charca de arenas movedizas. Nunca he comprendido cómo se producía esta trampa natural y aquella vez el guía nos lo explicó. No suele ser tan letal para los animales pues la intuyen y siempre evitan; salvo que al ir huyendo de algo se distraigan, queden atrapados y tras horas y horas de forcejeo lo fagociten. Hay cosas realmente interesantes en este planeta que llamamos Tierra.

Yo siempre creí que la tierra más interesante era la que está encerrada en un reloj de arena. Y aunque pienso que no me falta razón, he descubierto que hay otras que también tienen mucho que decir. La que se marca con la huella de un caminante. La que viaja con el viento lastimando los ojos y que cruje cuando la masticas en una tarde de levante. La que transportan mis hijos en sus zapatos desde el patio del colegio a mi casa y que esparcen por las habitaciones cuando llegan. La que agujerea la hormiga haciendo su hormiguero. Y la que un día sepultará mi cuerpo sin vida.

 

 

 

 


viernes, 7 de junio de 2013

CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD



Esta mañana, para celebrar que por fin habíamos llegado al Viernes,  me he propuesto desayunar sano, tal como aconsejan en la TV. Así que he abierto la nevera, y en lugar de algún bollo, he sacado de la parte baja una manzana roja y reluciente. Me disponía a retirar la piel, pero en un arranque más saludable aun, he comenzado a mordisquear su cáscara carmesí, clavando mis incisivos en busca de sus beneficiosas vitaminas y demás propiedades.

 

Su crujido ha sonado a música celestial. La pieza desgajada se ha deshecho en mi boca y un caudal de frescura ha entrado por mi garganta. Ya había iniciado el segundo mordisco, cuando me he parado a reflexionar en lo trajinada que está la imagen de la manzana.

 

Me ha venido a la mente el acongojado hijo de Guillermo Tell, que por un momento pensó que la última imagen que se llevaría de esta vida sería a su padre disparándole una flecha entre ojo y ojo, mientras mantenía una temblorosa manzana sobre su cabeza.

 

Luego he pensado en Blancanieves, engañada por unas apariencias tan cándidas como la de una manzana y una ancianita encorvada. Fue morder la fruta y caer desplomada para desesperación de los enanos.

 

Me he acordado luego de la manzana que depositó Eris en la boda de los padres de Aquiles, y que provocó la discordia entre los aqueos y troyanos, y por extensión, del casi interminable regreso de Ulises a Itaca.

 

Y he caído en la cuenta que por un capricho femenino y una necedad masculina, algo que por cierto aun no ha variado, una serpiente que estaba de okupa en un manzano nos amargó la existencia al resto de la humanidad. Nos despidieron del Paraíso.

 

El hecho es que se me han pasado las ganas de tomarme la manzana. Hasta he tenido la sensación de que me podía caer “malamente”. Me he tragado lo que ya tenía en la boca, por compromiso, pero el resto, intentando alejarlo lo más lejos posible de mi, lo he arrojado por la ventana de la cocina.

 

He comprobado que una manzana, este o no mordida, continua obedeciendo las Leyes de la Gravitación Universal. Y para regocijo de Isaac Newton ha debido precipitarse contra algún viandante, a juzgar por los exabruptos que he oído.

 

No he prestado demasiada atención, hasta que a los veinte minutos se han personado dos agentes de la autoridad en mi domicilio con un señor rechoncho, bajito y calvo -debe ser por eso de la atracción de las masas-, y con el parietal derecho abultado y amoratado. No paraba de lanzar improperios escoltados por los policías.

 

Y ahora estoy aquí, en el calabozo de la comisaría, escribiendo esta nota y confirmando que una manzana, la mires por donde la mires, no es una fruta especialmente saludable. A los hechos me remito.

 

viernes, 10 de mayo de 2013

CAMBIOS






Cuando era un niño me sentaba a observar cómo los charcos de agua se evaporaban. Cómo la manecilla gorda del reloj avanzaba. Cómo se trasladaba la sombra del sol por el suelo. Cómo las estrellas iban surgiendo en el cielo conforme anochecía. Al tiempo, me distraía. Pensaba en otra cosa, me iba, regresaba al rato, y entonces sí que aquello cambiaba.

 

Llegué a pensar que todo sucedía justo en el instante en que no miraba; y cuanto más detenidamente vigilaba, sin apenas parpadear, más comprobaba que aquello parecía estático, inmutable.

 

Miro mi cara en el espejo y hay algunas canas que ayer no estaban. Los párpados se me han caído un poco y algunas manchas han aparecido. Es verdad que es muy tenue, pero sé que la próxima vez que me asome al espejo todo habrá cambiado de nuevo.


 


 

viernes, 29 de marzo de 2013

LA LEVANTÁ


Conocerse la madrugada de la Semana de Pasión debe marcar. En la puerta de la Catedral con el aire saturado de incienso. Cuando las últimas procesiones del Jueves inician su vuelta al templo y se preparan las primeras del Viernes Madrugada. Cómo disfruto acordándome. Un segundo antes o después y ya no nos habríamos conocido. No sé si nos hubiésemos encontrado en otra ocasión. Uno de Jerez, otra de Madrid. Bastante improbable. Pero ocurrió.

 

Me gustó tu naturalidad. La soltura, la ingenuidad y el desparpajo. Bajamos la cuesta y empezamos a caminar. Había mucha gente. Tomamos un atajo. Cruzamos la plaza. Doblamos la esquina. Pasamos por debajo de mi casa y te enseñé mi balcón. Quién iba a decirte que algún día tus hijos dormirían allí. Encontramos una recogía y fuimos en su busca. En una calle estrecha adelantamos al cortejo. Nos acomodamos en un recoveco y el paso de  Palio se detuvo justo en nuestras narices. Por los respiraderos se intuían las caras. En unos segundos el capataz volvió a golpear con fuerza el llamador ¡Al cielo con Ella… !

 

Me encantaba verte observar todo aquello. Tu rostro silencioso. El último golpe fue el más recio ¡A esta es! y el paso se elevó enérgico, casi con violencia, cayendo luego de golpe sobre los hombros. Los pies se arrancaron a caminar, un leve ruido de pasos arrastrándose acompasadamente. Y vi tus ojos brillando. Dos lágrimas.

 

¿Por qué has llorado? Sí, yo te he visto. Solo me he emocionado un poco, me dijiste. Es que no he podido evitarlo, proseguías. El suspiro hondo de los costaleros, ese corto lamento, exhalando, al precipitarse tanto peso encima, te excusabas. Y tan cerca. No he podido evitarlo, repetiste. Sonreías entonces. Se llama quejío.

 

Regresamos. Tú y yo.

 

Desenredo la madeja. Tiro del hilo. Y acabo siempre aquí. Como el grano de arena de la perla. Como la confidencia del acusado. Como el secreto de la receta. Como el ingenio y la destreza del luthier. Como el corazón de las cosas. Y aun late. Hace más de veinte años.

 

miércoles, 13 de marzo de 2013

JAPI BERDEI TU YU



Tengo la sensación de que acabo de tomarme la última de las uvas de fin de año y me sorprendo enfilando ya Marzo. La semanas pasan de vértigo: empiezo los lunes con ganas y haciendo el propósito de llevar a cabo muchas cosas, y cuando vuelvo a pensar otra vez, me doy cuenta de que estamos a jueves, que he hecho muy poco o casi nada de lo que me propuse, que al día siguiente ya es viernes, y que el fin de semana prácticamente ha llegado. A la velocidad que pasa el fin de semana lo dejamos para otro momento, pues es un misterio que desafía esa teoría que dice que la velocidad máxima es la de la luz.

 

Tengo la sensación de que en vez de vivir la vida, es la vida la que me vive a mí. De que estoy en la pendiente más inclinada de una montaña rusa. De que paso volando por muchas cosas en las que me gustaría detenerme más. Pero a veces reconozco que me gusta ir así, pues esto me sucede porque quiero hacer más de lo que cabe en un día, en un mes, en un año (de que tengo muchas ganas de vivir)... y por mucho que planifiques y gestiones, los días son de 24 horas. Además, para empeorarlo aún más, dormir me encanta, tengo esa predilección por lo horizontal, esa vocación de muerto que me hace dar una cabezadita en cualquier esquina.

 

Tengo la sensación de que esto no es que ya se acabe o esté tocando a su fin, pero que mirando en un sentido y en otro me encuentro, al menos eso espero, más o menos en la mitad. Y que encima conforme avanzamos, se acelera cada vez más, de forma que acabaré al final de mis días saliendo despedido hacia no sé qué cielo o infierno (lo último aquello que merezco y lo primero aquello que deseo). Pero no siempre ha sido de esta manera. Cuando era joven, el tiempo sí que se podía medir con calendarios. Sí que podías percibir su duración e ir encajando hitos. Ahora no hay más remedio que seleccionar.

 

 


 

 

Con dieciocho recién cumplidos parece que queda mucho por delante. Pero es una falacia. Antes de lo que crees estarás recordando la vez en que nos reunimos todos en tu casa para celebrarlo. Antes de lo que crees. Te lo aseguro.

 

Tu madre decía el otro día que de los dieciocho a los treinta es la mejor época de la vida. No estoy del todo de acuerdo, pero hay que reconocer que tiene un encanto difícilmente igualable:

 

a)     Ya eres mayor de edad, por lo que legalmente puedes hacer lo que te dé la gana. Aunque luego te darás cuenta que conforme cumples años, puedes hacer menos cosas, tienes menos margen de maniobra; pero ahora te parece que gozas de bastante libertad.

 

b)     En esta etapa diseñas tu vida. Lo que decidas marcará el resto de tu existencia: estudios, novio, trabajo, hipoteca... Ya sea a través del éxito o del fracaso en cualquiera de ellas. Y es realmente estimulante darse cuenta del camino que tú misma te vas marcando.

 

c)      Responsabilidad: CERO. Podrás replicarme diciendo que cómo que no tienes responsabilidades, si tienes que acabar unos estudios, que labrarte un futuro, pero al final lo peor que te puede pasar es eso: que suspendas algún examen. Evidentemente los comportamientos no adecuados se pagan, a corto, a medio o a largo plazo, pero cuando hablo de responsabilidad me estoy refiriendo a que dependa de ti una familia. A que un error en tu trabajo pueda hacer perder mucho dinero o incluso una vida a alguien; o que pierdas el trabajo, tal como está el panorama hoy en día. Y además, lo más probable es que cuando ejerzas esta responsabilidad tus papás ya no se encuentren en condiciones para hacer de red salvavidas.

 

d)     Dinero: Ahora te parece que como no ganas dinero por ti misma, esta parte no es tan agradable, pero te digo que por ejemplo yo, que ahora gano mi propio dinero, dispongo de prácticamente el mismo dinero para mí que cuando tenía que mendigarle a mi padre algo para mis gastos.

 

Podría seguir, pero dejemos estas cuatro notas para hacerte ver lo bueno que tiene esta parte de la juventud que empiezas. Las resumiría diciendo que puedes hacer muchas locuras, que estás en el tiempo de hacerlas (si no las haces ahora, ¿cuándo?) y que salvo exageradas excepciones tienen una nula o escasa consecuencia.

 

Aun así ya dije que no estaba del todo de acuerdo con la afirmación de tu madre, y es que, por lo menos para mí, reconozco que es una etapa hermosa el ir haciendo el boceto de tu vida, pero no lo es menos el desarrollar ese proyecto. El llevarlo a cabo, a la práctica, el definirlo, el “tocarlo“. Yo me encuentro ahora en esa etapa y es igual de gratificante.

 

De todas formas hay muchas opiniones. Mi madre, por ejemplo, decía siempre que su mejor época fue cuando sus hijos eran pequeños, el vernos crecer, criarnos y disfrutarnos...

 

Bueno, que no me enrollo más, que FELIZ CUMPLEAÑOS. Enhorabuena, ya puedes votar.

 

 
 


 

 

Todo esto es porque me pediste una entrada en el blog por tu mayoría de edad, que no fuese corta y que no tardase en escribirla mucho tiempo.

 

Aquí está. Perdona si está poco elaborada, pero con este tiempo que me das y la extensión que quieres, lo primero que se me ha venido a la mente este fin de semana....

 

viernes, 1 de marzo de 2013

EL COPO BLANCO


La otra mañana, a la hora de salir de casa, nevaba menos que el día anterior, pero los niños se han entusiasmado igual. Luego, camino del trabajo los copos se han hecho más grandes. Se estrellaban contra el parabrisas y en apenas dos segundos quedaban licuados en una pléyade de diminutas gotitas. He bajado un poco la ventanilla en un semáforo para curiosear más de cerca y ha entrado de repente un copo que se ha alojado en el salpicadero, entre el botón para maniobrar el espejo retrovisor y el cuadro de mandos. Allí se ha ido derritiendo algo más lento que los otros. El termómetro marcaba tres grados. El tráfico era el de todos los días a pesar de la nieve. Y cuando he llegado a mi destino el copo ya no existía.

jueves, 21 de febrero de 2013

LA PROPORCIÓN

 
Lo vi en una exposición que me habían recomendado. Yo era un chaval de unos veinte años y él tenía noventa y uno. No los aparentaba desde luego, aunque andaba apoyándose en un bastón. Se llamaba Albino García García.
 
Me llamó la atención el interés con que miraba algunas fotos y me hice el encontradizo. No fue difícil entablar conversación. Me comentó que entró en la exposición por casualidad, pues a él lo que le gustaba era caminar por la alameda al caer la tarde y asomarse de vez en cuando a la balaustrada para ver el mar.
 
Continuamos el paseo por el borde e intimando me comentó que había tenido un hijo que se murió siendo un niño, pero gracias a Dios tenía otras tres hijas más. Ahora estaba pasando una temporada en casa de una de ellas.
 
Iba en varias ocasiones a esa alameda y me lo encontraba frecuentemente por allí. Nos conocíamos. De pronto dejó de acudir y supuse que se habría acabado el turno con esta hija. Ya no le volví a ver más. Una vez, no recuerdo bien si la última que nos vimos, mantuvimos una conversación que aun recuerdo.
 
-Pues ya, después de más de noventa años, he podido conocer los ingredientes de la vida –me dijo casi sin venir al caso.
 
-Bueno, pues yo confío que no tenga que esperar tanto. ¿Y qué vas a hacer ahora con ellos? –le pregunté sonriéndome.
 
-Nada. Da igual, porque ya no me va a dar tiempo – me respondió con el mismo tono de broma.
 
-Pero si ya los tienes ¿de qué no te va a dar tiempo? –repliqué.
 
-De saber la proporción –sentenció-. Para dominarla bien, también hay que conocer las cantidades. De eso ya no me va a dar tiempo – y ya no supe cómo ni qué responderle.
 
 
 

jueves, 10 de enero de 2013

A GASPAR, MELCHOR Y BALTASAR

 
 
 


 
Hace casi una semana que os marchasteis, queridos Reyes, y es muy probable que estos sean los últimos que tienen magia para mi hijo mayor. Con ocho años se tienen ya muchos presagios. No encajan algunas cosas y se presienten otras. Así que no sé si es esta la última vez que os veo partir. Por lo menos desde sus ojos (aun me queda otra pequeña de cuatro años).

Sin embargo, hay ocasiones en todo este maravilloso juego en que los engañados somos por una única vez los progenitores. En ese caso los niños ya lo saben, pero no lo dicen. Puede que piensen que una vez descubiertos ya no recibirán nada. Puede que no quieran romper el encanto: bien vale otra mentira por no quitar la cara de ilusión que ponemos los padres en esa mañana. Una cara que no se compra en ninguna tienda. Y algunos como yo, porque hacernos mayores nunca nos ha gustado demasiado. Es lo que me pasó a mí, y esto ya lo saben hasta vuestros pajes desde hace tiempo.
 
Yo por si acaso no hago más que señalar a mis hijos esas huellas que tan torpemente vais dejando, pero aun así queridas majestades, sospecho que sus sospechas están fundadas. Y aunque este año incluso los camellos nos han tirado con su hocico los recipientes de agua por la mesa y os habéis comido las galletas y el chocolate de los platos, habrá que rendirse a la evidencia en algún momento. Aunque sea a costa de irse convirtiendo en adulto. Hay cosas que únicamente pasan una vez. Es imposible volver atrás. Presentarse como si no lo supiésemos. Hacerse de nuevas cuando estás instruido. 

Crecer, cumplir años, tiene estas cosas. Se desgastan las ilusiones. Se extravían inocencias. Se pierde espontaneidad. Se coleccionan ausencias. Se rellenan despedidas y cuestionarios caducos. Ya no nos dejamos la vida en casi nada. Si acaso depositamos la confianza en un Euromillón, o aun peor, en el Euribor. Y no pasa nada. Solo que pasáis los tres, con camellos y todo, de la más innegable realidad a la leyenda. O sea, no pasa nada. O sí, quizá mucho. Depende desde dónde lo miremos.
 
Es cierto que nunca me gustó hacerme mayor y hay solo una noche al año, esa que va del cinco al seis de enero, en la que regreso al pasado. Fue el último regalo que os pedí hace mucho tiempo, antes de perderos, y todavía os acordáis. Y eso prueba, a pesar de todo, vuestra existencia. 

Bueno, nada más, que tengáis un buen viaje de vuelta. Ya veremos el año próximo, aunque sabréis queridos Reyes que, de una manera u otra, al final siempre os he tenido muy cerca.