lunes, 12 de noviembre de 2012

JUEGO DE NIÑOS


A veces me llegan como víctimas de guerra: destrozados, arañados, doblados, o sencillamente decapitados. Me suplicáis con la mirada una solución, un milagro que los recupere.

 

Entonces yo los cojo y caso a caso los examino. Los analizo. Y empiezo a maniobrar. A veces me ayudo de algún utensilio de cocina. Otras tengo que utilizar una herramienta. Y otras simplemente con los dedos. La mayoría de las veces tengo éxito.

 

Como en una liturgia pagana, el juguete regresa a la vida. Lo recogéis satisfechos. Me miráis agradecidos y orgullosos. “No esperaba menos de ti”, parece decir vuestro gesto.

 

Me imagino que para vosotros mis manos son mágicas.

 

Otras veces acudís sollozando. Un golpe fortuito, una pequeña contrariedad o un capricho negado provocan un desconsolado llanto. Os abrazo. Os beso. Y las lágrimas empiezan a remitir. Un par de caricias más y dejan de brotar.

 

Papá lo arregla y lo cura todo, debéis pensar. Papá es Dios.

 

Para mí, mi padre también fue Dios. Pero un día me di cuenta de que no era infalible. De que era mortal y humano. Y que se equivocaba, como me equivoco yo con vosotros. Y le quise más.

 

Espero que algún día, cuando me descubráis en la impostura, os ocurra lo mismo conmigo. Jugar a ser Dios, siendo imperfecto, no es banal. No es un juego de niños.